34-35 Los enfermos y los difuntos - La Unción
Fichas 34-35
LOS ENFERMOS Y LA UNCIÓN
TEMAS DE LAS FICHAS: Descubrir cuál es el verdadero origen del sufrimiento, del dolor, de las enfermedades y de la muerte. Entender que el mal no es creación de Dios sino consecuencia de nuestros pecados, de aquel rechazo del amor de Dios que mencionamos en fichas anteriores. Dios no quiere ningún mal para nosotros. Encontrarle un sentido al sufrimiento y a la muerte a partir de Jesús. Crecer en la virtud de la esperanza.
Ficha 34: Los enfermos y los difuntos
Fecha estimada: Ver calendario
Materiales: Notebook y proyector o monitor LCD. Descargar el video previamente.
Oración de inicio: Los chicos designados previamente preparan y guían este momento, basados en una de las oraciones del Anexo o de fichas anteriores, a elección de ellos.
Testimonio de una enferma
Preguntas para el grupo:
- ¿Qué es lo que les sorprendió del testimonio de esta mujer?
- ¿Qué es lo que destacan de la fe de esta mujer?
- ¿Conocieron a algún enfermo grave que tuviera mucha fe en Dios en sus momentos finales?
- ¿De dónde viene la enfermedad?
- ¿Qué sienten al ver o escuchar una noticia que implica sufrimiento en un semejante?
- ¿Cómo afrontaron los sufrimientos y el dolor, si es que los vivieron?
- ¿Cómo les influyen o influyeron los sufrimientos de gente querida?
Lectura (guiada por el catequista):
Purificación del alma para el encuentro con Cristo gloriosoCuando el magisterio de la Iglesia afirma que las almas de los santos inmediatamente después de la muerte gozan de la visión beatífica de Dios y de la comunión perfecta con Cristo, presupone siempre que se trata de las almas que se encuentren purificadas [Estudiar DS 1000]. Por ello, aunque se refieran al santuario terreno, las palabras del Salmo 15 (14), 1-2 tienen también mucho sentido para la vida posmortal: «Señor, ¿quién morará en tu tienda? ¿quién habitará en tu santo monte? — El que anda sin falta». Nada manchado puede entrar en la presencia del Señor.
La Iglesia también mantiene que cualquier mancha es impedimento para el encuentro íntimo con Dios y con Cristo. Este principio ha de entenderse no sólo de las manchas que rompen y destruyen la amistad con Dios, y que, por tanto, si permanecen en la muerte, hacen el encuentro con Dios definitivamente imposible (pecados mortales), sino también de las que oscurecen esa amistad y tienen que ser previamente purificadas para que ese encuentro sea posible. A ellas pertenecen los llamados «pecados cotidianos» o veniales [Estudiar CTI 1982, C.III] y las reliquias (restos) de los pecados, las cuales pueden también permanecer en el hombre justificado después de la remisión de la culpa, por la que se excluye la pena eterna [Decreto sobre la justificación, canon 30: DS 1580]. El sacramento de la unción de los enfermos se ordena a expiar las reliquias (restos) de los pecados antes de la muerte [Estudiar Doctrina sobre el sacramento de la extremaunción c.2: DS 1696]. Sólo si nos hacemos conformes a Cristo, podemos tener comunión con Dios (ver Rom 8, 29).
Por esto, se nos invita a la purificación. Incluso el que se ha lavado, debe liberar del polvo sus pies (ver Jn 13, 10). Para los que no lo hayan hecho suficientemente por la penitencia en la tierra, la Iglesia cree que existe un estado posmortal de purificación [Estudiar Decreto sobre la justificación, canon 30: DS 1580; Decreto para los griegos: DS 1304], o sea, una «purificación previa a la visión de Dios» [Estudiar Carta 17-05-1979, 7]...
La fe de la Iglesia sobre este estado ya se expresaba implícitamente en las oraciones por los difuntos, de las que existen muchísimos testimonios muy antiguos en las catacumbas y que, en último término, se fundan en el testimonio de 2Mac 12,46 [Estudiar LG 50a]. En estas oraciones se presupone que pueden ser ayudados para obtener su purificación por las oraciones de los fieles. La teología sobre ese estado comenzó a desarrollarse en el siglo III con ocasión de los que habían recibido la paz con la Iglesia sin haber realizado la penitencia completa antes de su muerte.
Es absolutamente necesario conservar la práctica de orar por los difuntos. En ella se contiene una profesión de fe en la existencia de este estado de purificación. Éste es el sentido de la liturgia exequial que no debe oscurecerse: el hombre justificado puede necesitar una ulterior purificación. En la liturgia bizantina se presenta bellamente al alma misma del difunto que clama al Señor: «Permanezco imagen de tu Gloria inefable, aunque vulnerado por el pecado».
La Iglesia cree que existe un estado de condenación definitiva para los que mueren cargados con pecado grave [ver Jn 5,29; Mt 25,46; Estudiar LG 48d]. Se debe evitar completamente entender el estado de purificación para el encuentro con Dios, de modo demasiado semejante con el de condenación, como si la diferencia entre ambos consistiera solamente en que uno sería eterno y el otro temporal; la purificación posmortal es «del todo diversa del castigo de los condenados» [Estudiar Carta 17-05-1979, 7]. Realmente un estado cuyo centro es el amor, y otro cuyo centro sería el odio, no pueden compararse. El justificado vive en el amor de Cristo. Su amor se hace más consciente por la muerte. El amor que se ve retardado en poseer a la persona amada, padece dolor y por el dolor se purifica. San Juan de la Cruz explica que el Espíritu Santo, como «llama de amor viva», purifica el alma para que llegue al amor perfecto de Dios, tanto aquí en la tierra como después de la muerte si fuera necesario; en este sentido, establece un cierto paralelismo entre la purificación que se da en las llamadas «noches» y la purificación pasiva del purgatorio. [Estudiar DS 1304; Decreto sobre la justificación, canon 30: DS 1580]. (CTI Doc. 1990, 8.1; Estudiar Juan XXIII AP 63-64; Decreto jornada del enfermo 2007)
Oración final
-Ambientación: Preparar una velita y una tarjetita por cada chico. Y en el centro del lugar donde se va a hacer la oración, colocar el Cirio Pascual encendido. Se debe tratar que el lugar sea lo suficientemente oscuro como para que la luz del Cirio resalte bien.
-Canción de fondo ("¡Oh, llama de amor viva!" de Jésed):
-Desarrollo: Una vez en el lugar donde se va a hacer la oración, decir a los chicos que escriban en las tarjetas los nombres de los enfermos y los difuntos por los que quieren pedir a Dios. Cuando todos terminan de escribir, se les entrega a cada uno una velita y se les pide que de a dos vayan a encenderlas en la llama del Cirio Pascual, que se le explica que representa LA LLAMA DE AMOR VIVA DEL ESPÍRITU SANTO. A medida que van encendiendo, y mientras suena de fondo la canción, se van colocando en círculo en torno al Cirio. Cuando todos terminan, se les dice que vayan leyendo en voz alta los nombres que escribieron. Cuando uno termina de leer, se reza un "Dios te salve, María" y lee el que sigue. Al final se reza el "Padre Nuestro".
Ficha 35. La Unción de los enfermos
Objetivo: Luego de hablar de la enfermedad, el sufrimiento y la muerte, es conveniente hablar del sacramento de la Unción de los enfermos, que recibido en una situación de cierto riesgo de muerte nos da la gracia para atravesar ese momento y vivirlo unidos a Jesús.
Fecha estimada: Ver calendario
Oración de inicio: Los chicos designados previamente preparan y guían este momento, basados en una de las oraciones del Anexo o de fichas anteriores, a elección de ellos.
Video: La Unción de los enfermos
Materiales: Notebook y proyector o monitor LCD. Descargar los videos previamente.
Para introducir en el tema seleccioná y pasá uno o dos de los videos de la siguiente lista de reproducción de Youtube: "Catequesis sobre la Unción de los Enfermos".
Cada uno de estos videos muestra perspectivas complementarias sobre éste sacramento, por eso para elegir cuales videos pasar, tené en cuenta lo que los chicos compartieron en el encuentro anterior y qué es lo que más necesitan afianzar.
Para trabajar en grupos:
-Dividí a los chicos en grupos de tres o cuatro integrantes y que cada grupo realice un afiche lindo y prolijo que pueda ser presentado en algún momento de la Misa. El afiche puede explicar algunos o todos de los siguientes puntos. Seleccioná o adaptá las consignas en base a cuáles videos elegiste pasarles.
- Grupos impares: En base a los videos, cuenten mediante el afiche la finalidad del sacramento de la Unción y pongan alguna definición del sacramento de la Unción en base a uno de los videos.
- Grupos pares: En base a los videos, cuenten mediante el afiche cuándo se debe llamar al sacerdote para que de este sacramento a un enfermo y qué efectos tiene este sacramento en el enfermo.
-Que cada grupo presente el afiche a los demás.
Trabajo personal: La enfermedad y el sufrimiento
Entregar a los chicos una copia del cuestionario que encontrarán a continuación para que lo hagan en forma individual.
Luego
compartir en grupo, hacer una puesta en común y hablar sobre la
enfermedad y el sufrimiento teniendo en cuenta los contenidos
desarrollados en esta ficha. Si por lo compartido se ve oportuno, ayudar
a los chicos que hablen de sus dolores con un sacerdote.
LA ENFERMEDAD Y EL SUFRIMIENTO
1) En los momentos de dolor, a Jesús lo movió la confianza en el Padre y
el amor por la humanidad. ¿A vos que te movió cuando te tocó vivir de
cerca el sufrimiento?
2) ¿Qué te parece que es necesario espiritualmente para atravesar con fe un momento de dolor?
3) ¿Qué significa para vos que nuestra fe nos pida que en los momentos
de dolor tenemos que unirnos a los sufrimientos que Cristo padeció por
nosotros y por nuestra salvación?
4) ¿Desde nuestra fe, cómo darías esperanza real a un enfermo?
Para preparar tu reflexión de catequista
Partícipes en los sufrimientos de Cristo
En la carta a los Colosenses leemos las palabras que constituyen casi la última etapa del itinerario espiritual respecto al sufrimiento. San Pablo escribe:
«Ahora me alegro de mis padecimientos por ustedes y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» [Col 1,24].
Y él mismo, en otra Carta, pregunta a los destinatarios:
«¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo?» [1Cor 6,15].
En el misterio pascual Cristo
ha dado comienzo a la unión con el hombre en la comunidad de la Iglesia.
El misterio de la Iglesia se expresa en esto: que ya en el momento del
Bautismo, que configura con Cristo, y después a través de su Sacrificio
—sacramentalmente mediante la Eucaristía— la Iglesia se edifica
espiritualmente de modo continuo como cuerpo de Cristo. En este cuerpo
Cristo quiere estar unido con todos los hombres, y de modo particular
está unido a los que sufren. Las palabras citadas de la carta a los
Colosenses testimonian el carácter excepcional de esta unión. En efecto,
el que sufre en unión con Cristo —como en unión con Cristo soporta sus «
tribulaciones » el apóstol Pablo— no sólo saca de Cristo aquella
fuerza, de la que se ha hablado precedentemente, sino que «completa»
con su sufrimiento lo que falta a los padecimientos de Cristo. En este
marco evangélico se pone de relieve, de modo particular, la verdad sobre
el carácter creador del sufrimiento. El sufrimiento de Cristo ha creado
el bien de la redención del mundo. Este bien es en sí mismo inagotable e
infinito. Ningún hombre puede añadirle nada. Pero, a la vez, en el
misterio de la Iglesia como cuerpo suyo, Cristo en cierto sentido ha
abierto el propio sufrimiento redentor a todo sufrimiento del hombre. En
cuanto el hombre se convierte en partícipe de los sufrimientos de
Cristo —en cualquier lugar del mundo y en cualquier tiempo de la
historia—, en tanto a su manera completa aquel sufrimiento, mediante el
cual Cristo ha obrado la redención del mundo.
¿Esto quiere decir
que la redención realizada por Cristo no es completa? No. Esto significa
únicamente que la redención, obrada en virtud del amor satisfactorio,
permanece constantemente abierta a todo amor que se expresa en el
sufrimiento humano. En esta dimensión —en la dimensión del amor— la
redención ya realizada plenamente, se realiza, en cierto sentido,
constantemente. Cristo ha obrado la redención completamente y hasta el
final; pero, al mismo tiempo, no la ha cerrado. En este sufrimiento
redentor, a través del cual se ha obrado la redención del mundo, Cristo
se ha abierto desde el comienzo, y constantemente se abre, a cada
sufrimiento humano. Sí, parece que forma parte de la esencia misma del
sufrimiento redentor de Cristo el hecho de que haya de ser completado
sin cesar.
De este modo, con tal apertura a cada sufrimiento
humano, Cristo ha obrado con su sufrimiento la redención del mundo. Al
mismo tiempo, esta redención, aunque realizada plenamente con el
sufrimiento de Cristo, vive y se desarrolla a su manera en la historia
del hombre. Vive y se desarrolla como cuerpo de Cristo, o sea la
Iglesia, y en esta dimensión cada sufrimiento humano, en virtud de la
unión en el amor con Cristo, completa el sufrimiento de Cristo. Lo
completa como la Iglesia completa la obra redentora de Cristo. El
misterio de la Iglesia —de aquel cuerpo que completa en sí también el
cuerpo crucificado y resucitado de Cristo— indica contemporáneamente
aquel espacio, en el que los sufrimientos humanos completan los de
Cristo. Sólo en este marco y en esta dimensión de la Iglesia cuerpo de
Cristo, que se desarrolla continuamente en el espacio y en el tiempo, se
puede pensar y hablar de «lo que falta a los padecimientos de Cristo». El Apóstol, por lo demás, lo pone claramente de relieve, cuando habla
de completar lo que falta a los sufrimientos de Cristo, en favor de su
cuerpo, que es la Iglesia.
Precisamente la Iglesia, que aprovecha
sin cesar los infinitos recursos de la redención, introduciéndola en la
vida de la humanidad, es la dimensión en la que el sufrimiento redentor
de Cristo puede ser completado constantemente por el sufrimiento del
hombre. Con esto se pone de relieve la naturaleza divino-humana de la
Iglesia. El sufrimiento parece participar en cierto modo de las
características de esta naturaleza. Por eso, tiene igualmente un valor
especial ante la Iglesia. Es un bien ante el cual la Iglesia se inclina
con veneración, con toda la profundidad de su fe en la redención. Se
inclina, juntamente con toda la profundidad de aquella fe, con la que
abraza en sí misma el inefable misterio del Cuerpo de Cristo. (Juan Pablo II, SD 24).
Resumen
El sacerdote, ministro del sacramento, expresa ese empeño de toda la Iglesia, «comunidad sacerdotal», de la que también el enfermo es aún miembro activo, que participa y aporta. Por ello, la Iglesia exhorta a los que sufren a unirse a la pasión y muerte de Jesucristo para obtener de él la salvación y una vida más abundante para todo el pueblo de Dios. Así, pues, la finalidad del sacramento no es sólo el bien individual del enfermo, sino también el crecimiento espiritual de toda la Iglesia. Considerada a esta luz, la unción aparece ―tal cual es― como una forma suprema de la participación en la ofrenda sacerdotal de Cristo, de la que decía san Pablo: «Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24).
Por consiguiente, hay que atraer la atención hacia la contribución de los enfermos al desarrollo de la vida espiritual de la Iglesia. Todos ―los enfermos, sus seres queridos, los médicos y demás asistentes― deben ser cada vez más conscientes del valor de la enfermedad como ejercicio del «sacerdocio universal», es decir, del sufrimiento unido a la pasión de Cristo. Todos han de ver en ellos la imagen del Cristo sufriente, del Cristo que ―según el oráculo del libro de Isaías acerca del siervo (cf. 53,4)― tomó sobre sí nuestras enfermedades. (Juan Pablo II, 29-04-92)
Estudiar también los efectos de éste sacramento: CIC 1520-1523.
Oración frente al Sagrario
Para comenzar esta visita el Santísimo, comenzá con la canción "Bellísimo esposo" de Comunidad Católica Shalom.
-Dejar un momento de silencio. Si algunos chicos espontáneamente quieren orar en voz alta, dejálos.
- Terminen rezando juntos con la oración "Alma de Cristo" (preparar una copia para cada chico)
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén
Comentarios
Publicar un comentario