37 Vocación al Sacerdocio y al Matrimonio
Ficha nº 37
VOCACIÓN AL SACERDOCIO Y AL MATRIMONIO
TEMA DE LA FICHA: Presentar la vocación a los sacramentos del Orden sagrado y del Matrimonio como un llamado de Dios. Profundizar este tema como camino de unión a Cristo por el Espíritu Santo.
Oración de inicio: Los chicos designados previamente preparan y guían este momento, basándose en una oración del Anexo o en alguna otra de los encuentros anteriores.
Dinámica: La vocación en general
La primera vocación del cristiano es amar, y la vocación al amor se realiza por dos caminos diversos: el matrimonio o el celibato por el Reino. (ver FC 11)
PRIMERA PARTE
Objetivo: Presentar el tema de la vocación en general.
Introducción: Cristo te llama para amar. Esa es nuestra vocación. La de todo bautizado. La vocación no es exclusividad del sacerdote o consagrado. No hay que tener miedo de plantearse a qué Dios nos llama ahora o en el futuro. Queremos hablar de la vocación cristiana: matrimonio, sacerdocio y vida religiosa, vida consagrada. Dios, nuestro Padre, nos convocó a la vida, para que demos fruto y ese fruto sea duradero. El fruto que Dios quiere es el amor. A todos nos llama a llevar adelante esta hermosa tarea. Es bueno pedirle al Señor que nos muestre cuál es el camino que Él ha pensado para nosotros.
Dinámica:
Ustedes catequistas les propondrán a los chicos que dibujen como sería su propia casa, dónde la ubicarían, de que material sería, como estaría adornada interiormente, colores, muebles etc. Luego les pedirán compartir lo que hicieron explicando el porqué de la elección.
Reflexión grupal:
Una vez terminada la tarea, ustedes catequistas harán un recuento de lo hecho. Toda casa, tiene una parte que ni se ve (cimientos) y otra que se ve. De esta última, una parte se ve sin dificultad (exterior) y la otra para poder observarla es necesario el permiso del propietario. En algo se parece a nuestra existencia, la ubicación bien puede ser el lugar donde nos toque vivir y dar lo mejor. Los cimientos son la base de nuestra vida, la familia, Dios, etc. La fachada, es lo que mostramos a veces muy bien arreglado pero por dentro... Finalmente tenemos el interior, al que solo accedemos nosotros y aquellos a quienes se lo permitimos, a algunos les permitimos más que a otros.
Reflexión personal (entregar una copia a cada chico):
Imaginá que la casa es tu sueño de vida, ¿qué significaría el lugar en donde la edificaste? ¿Con qué medios contás para hacerla tal como la pensaste? ¿Alguna vez te planteaste en serio lo que Dios quiere para tu vida más adelante, independientemente de la profesión? ¿Pensaste que harás si Dios te llama en el futuro a la vida matrimonial, a la vida consagrada, y en caso de ser varón, al sacerdocio? Confía en que nuestro Padre Dios, cuando te invita a realizarte por el amor en cualquiera de estas formas de vida, te da la fuerza, la gracia y las capacidades necesarias. Es el tiempo ideal para que pienses y reces para que Dios te ilumine para ir proyectando tu vida.
Plenario: Conversar luego como nos sentimos planteándonos estas cosas. ¿Lo hicimos antes? ¿Me sirvió? ¿Qué sentimientos provocó en mi corazón este ejercicio? Leer el Salmo 127 (126).
SEGUNDA PARTE:
Objetivo: Profundizar el tema de la vocación como camino de santidad. Ya presentamos el tema vocacional. Se trata de ayudar a cada chico a descubrir en qué lugar quiere Dios que lo sirva, lo ame; en qué lugar quiere que sea santo. Desde dónde seguir a Jesús. Todos, somos llamados a seguir a Jesús, algunos son llamados a seguirlo de una manera especial en el sacerdocio o la vida consagrada, otros a ser padres y madres según el corazón de Dios. Pero todos, absolutamente todos están llamados a ser imagen de Dios que ama, salva y vivifica. Cada uno debe encontrar el lugar que Dios le ha preparado en el Reino. Seguir a Jesús implica fe, generosidad, entrega, capacidad de servir y amar.
Dinámica: Elegir es renunciar
Hacer copias del cuento La Novia y la Novicia, de Mamerto Menapace, y de las preguntas abajo.
Realizar la siguiente dinámica en grupos.
Desarrollo:
(1) Lectura
Realizar la lectura del cuento por grupos grupo de dos o tres. Se pueden ir turnando para leer el cuento en voz alta.
Cuento "La Novia y la Novicia"
por Mamerto Menapace
Diez
pretendientes tuvo Ruperta. Bueno, claro, no simultáneamente los diez.
Pero siempre se dio el lujo de decirles que no. Cuando alguno se ponía
más insistente, y buscaba oportunidad de entrar en su vida,
decididamente cortaba con una negativa que lo alejaba sin explicaciones.
Cuando dijo el primer no, tenía clara conciencia de que aún le quedaban al menos nueve sí como posibles. Y como era joven y bonita, la seducía la idea de vivir de los posibles. Por ello el decir un no, la gratificaba asegurándola en su posición un tanto romántica de estar disponible para no sé qué futuro.
Pero era evidente que con decir simplemente que no, el futuro no se construía. Cada negativa la dejaba exactamente donde estaba, y cada vez un poco más cerrada sobre sí misma. A medida que crecía el número de sus no, se iban acortando proporcionalmente las posibilidades de sus sí.
Y pasaron los años. Cuando pegó la curva de los treinta y cinco, se dio cuenta de que su actitud conducía a nada. Apagó sus humos, reflexionó sobre su vida, y se abrió a los demás. Y aunque humanamente tuvo que renunciar a muchas de sus expectativas, por último corajió una de las posibilidades y comenzó su primer noviazgo a fondo. Lo defendió con uñas y dientes, sobre todo de sí misma y de sus ilusiones un tanto adolescentes. Y finalmente se dio cuenta de que valía la pena decir un sí a la vida y al amor.
La mañana que se casaron; porque se casaron de mañana; unas cuantas amigas la acompañaron en su ceremonia. Todas se emocionaron felicitándola por el paso que daba. Quizá las amigas no se daban cuenta que Ruperta al decir en esa mañana su sí, englobaba en él todos los no a las futuras posibilidades que se le pudieran presentar. Porque aquella aceptación incluía definitivamente la renuncia a todos los otros hombres que pudiera presentársele en su vida. Pero eran personas realistas. Por ello se alegraron sinceramente por su elección. Sabían que sólo a través del sí, ella se ponía en marcha hacia el futuro, hacia la vida. Nadie se preocupaba de las renuncias encerradas en aquella elección.
La sobrina de Ruperta tenía diecisiete años. Llena de vida y con todo el futuro que le sonreía a través de los sueños de sus viejos, y de las aspiraciones de sus amistades. Había terminado quinto y tenía que decidir. Varias carreras eran posibles. Tenía inteligencia ella, y dinero sus padres. Pero desde el retiro de setiembre, algo le andaba bullendo dentro de su corazón de muchacha. Sentía que Cristo le pedía un sí entero. Y a ella le entusiasmaba la idea de decirle que sí, aunque le asustaba un poco lo que podría encerrar para el futuro.
Cuando se supo que entraba al convento, se armó un bonito revuelo entre los parientes, sobre todo entre los y las que ya habían doblado la curva de los treinta y cinco. No les entraba en la cabeza que esta chica pudiera decir de golpe que no a tantas cosas que la vida le ofrecía como posibles, sin siquiera haberlas probado. Los tenía obsesionados la idea de que la chica al entrar al convento renunciaba a un futuro profesional, a una pareja feliz, a los hijos. Renunciar a tanto ¿pero qué necesidad había? ¿Quién le habría metido en al cabeza semejante idea? Se hablaron barbaridades y se dijeron estupideces sobre las monjas a cuyo colegio sus papis la habían mandado desde pequeña, porque era un colegio bien y daba status. Se criticó al cura que les había dado el retiro de setiembre a las chicas de quinto, y discretamente la andanada salpicó a los padres que inconscientemente le habían dado el permiso para hacerlo.
En fin lo curioso fue que muy poco realmente pensaron que lo que la muchacha estaba haciendo no era decir que no a nada. Simplemente decía que sí a Alguien. Era ese sí el que encerraba tantos no. No había ninguna necesidad de esperar a los treinta y cinco como hizo la Ruperta, que se dedicó a decirlos en cómodas cuotas mensuales durante veinte años, para aflojar recién a la fuerza un sí medio tibión empollado por una nidada de no anteriores.
La conozco a esta joven, que es hoy una gran religiosa. Conserva toda la frescura de un sí grandote dicho desde el principio.
(2) Preguntas para repasar el relato en los grupos
• ¿Qué sucede en el cuento?
• ¿Quiénes son las protagonistas?
• ¿Qué actitudes tiene cada una de ellas?
• ¿Cómo reaccionan los familiares/amigos ante sus decisiones?
• ¿Qué sucede con los deseos?
• ¿Cómo termina la historia?
(3) Preguntas para descubrir el mensaje en los grupos
- ¿El cuento les hace acordar a alguna situación que hayan vivido? ¿Cuál? Compartirla.
- ¿Cómo podrían caracterizar a cada una de las protagonistas? Comparen el proceso de decisión que vive cada una de ellas.
- ¿Cómo es el sí de cada una? ¿Qué implica esa opción? ¿A qué dicen sí y no con sus decisiones?
- ¿Qué significa decidir, optar?
- ¿Tuviste que optar por Jesús a lo largo de tu vida? ¿Qué implicó esas decisiones?
- La sobrina de Ruperta, que eligió ser religiosa, sabía que renunciaba a muchas cosas en la vida, para vivir otras, y vivió esa renuncia con alegría y coraje. ¿Cómo viven ustedes las renuncias que Dios les va pidiendo en la vida desde que iniciaron Confirmación?
- ¿Qué mensaje les deja el cuento?
- ¿Cómo lo pueden aplicar a su vida?
(4) Reflexión de los catequistas
Tanto la novia como la novicia dicen “sí”. La novia se casó y dio un sí para aceptar y amar durante toda su vida a su marido. La novicia dijo que sí a Dios. Mucha gente cuestiona estas decisiones pensando que estamos limitándonos, que nunca más vamos a ser libres, que el matrimonio es una jaula, que entrar en un convento es una locura, etc. Pero lo importante es que ellas dijeron que sí a algo, eligieron amar. Después vienen las renuncias y los sacrificios, pero si decimos un sí muy fuerte, esas renuncias no duelen, porque lo importante es amar. Mucha gente pone el acento en las renuncias, sin tener en cuenta la decisión libre que se tomó antes, mucha gente mira mucho los “no” y no tiene en cuenta el “sí”. Por eso están siempre pendientes de todas esas renuncias y se cree que esas renuncias, como por ejemplo vivir según nuestra vocación, son cosas que nos hacen menos libres, cuando en realidad al contrario, es jugarse por algo lo que nos hace libres, y nuestra vocación la vemos como indicación para seguir el mejor camino a la felicidad. La vocación puede ser vista de otra manera: como un regalo de Dios para que nos pueda guiar por el mejor camino, el camino de la santidad.
(5) Lectura: Proclamar 1Sam 3,1-18.(6) Reflexión:
-El joven Samuel se encontraba en su lugar, en sus actividades cotidianas, Dios no le avisa, viene, lo llama. Eso confunde a Samuel, por sí mismo no sabe distinguir que es Dios el que lo llama. El es un joven disponible, generoso, servicial, pero todavía no aprendió a discernir.
-Elí es un sacerdote del Antiguo Testamento, es sabio, un avezado en las cosas de Dios, él se da cuenta luego de varias veces de dónde provenía la voz que inquietaba a Samuel: Venía de Dios.
-Esta es la historia de la vocación de Samuel, que bien puede ser la de cualquiera de los chicos. Es necesario escuchar al Señor, aprender a distinguir su voz. Muchos jóvenes quieren plantearse en serio su vocación, pero aún no saben discernir la voz del Señor, necesitan ser ayudados por otros. Más aún, necesitan pedir ayuda y consejo a un sacerdote que los conozca.
-Si los chicos quieren hacerse un planteo serio de la vocación, deben preguntarle a Dios qué ha pensado para ellos. Deben aprender a distinguir su voz con la ayuda de un sacerdote sabio.
El sacramento del Orden sacerdotal u Orden del presbiterado
Introducción
El Señor, para que nos uniéramos en un solo cuerpo, en que "no todos los miembros tienen la misma función" (Rm 12,4), constituyó a algunos ministros, para que en la Iglesia tuvieran el poder sagrado del Orden para ofrecer el Sacrificio y perdonar los pecados y desempeñaran públicamente, el oficio sacerdotal en favor de los hombres en nombre de Cristo. Así Cristo hizo partícipes de su consagración y de su misión, a los sucesores de los Apóstoles, los Obispos, cuya función ministerial se ha confiado, en grado subordinado, a los Sacerdotes.
Por tanto, el fin que buscan los Sacerdotes con su ministerio y con su vida es procurar la gloria de Dios Padre en Cristo. Esta gloria consiste en que los hombres reciben consciente, libremente y con gratitud la obra de Dios realizada en Cristo y la manifiesten en toda su vida. En consecuencia, los Sacerdotes, ya se dediquen a la oración y a la adoración, ya sea que prediquen la palabra, ya sea que ofrezcan el Sacrificio Eucarístico y que administren los demás Sacramentos, ya se dediquen a otros ministerios para el bien de los hombres, contribuyen a un tiempo al incremento de la gloria de Dios y al crecimiento de los hombres en la vida divina. (Cfr. PO 2)
(1) Proclamar 1Pe 5,1-3
Los sacerdotes santifican la Iglesia con su oración y su trabajo, por medio del ministerio de la palabra y de los sacramentos. La santifican por su ejemplo, "no dominando a los que les ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey" (1Pe 5,3). Así es como llegan, "junto con el rebaño que les fue confiado, a la vida eterna"(LG 26c). (893)
El sacerdocio ministerial está enteramente referido a Cristo y a los hombres. Depende totalmente de Cristo y de su único sacerdocio, y fue instituido en favor de los hombres y de la comunidad de la Iglesia. El Sacramento del Orden comunica un poder sagrado, que no es otro que el de Cristo. El ejercicio de esta autoridad debe, por tanto, medirse según el ejemplo de Cristo, que por amor se hizo el último y el servidor de todos (ver Mc 10,43-45; 1Pe 5,3). (1551)
La presencia de Cristo en el sacerdote no debe ser entendida como si éste
estuviese prevenido contra todas las debilidades humanas, contra el
espíritu de dominación, contra los errores, es decir contra el pecado.
No todos los actos del sacerdote son garantizados de la misma manera por
la fuerza del Espíritu Santo. Mientras que en los sacramentos esta
garantía es dada de modo que ni siquiera el pecado del sacerdote puede
impedir el fruto de la gracia, existen muchos otros actos en que la
condición humana del sacerdote deja huellas que no son siempre el signo
de la fidelidad al Evangelio, y que consecuentemente pueden dañar a la
fecundidad apostólica de la Iglesia. (1550)
"Los sacerdotes, por la fuerza del sacramento del Orden, quedan consagrados como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento, a imagen de Cristo, Sumo y eterno Sacerdote (ver Heb 5,1-10; 7,24; 9,11-28):
- para anunciar el Evangelio a los fieles,
- para apacentarlos
- y para celebrar el culto divino" (LG 28). (1564)
Nadie tiene derecho a recibir el sacramento del Orden. En efecto, nadie se arroga para sí mismo este oficio. Al sacramento se es llamado por Dios (ver Heb 5,4). Quien cree reconocer las señales de la llamada de Dios al ministerio ordenado, debe someter humildemente su deseo a la autoridad de la Iglesia... (1578)
"Gracias de nuevo al Sagrado Corazón de Jesús, que nos ha dado el sacerdocio para cooperar en nuestra salvación. Estimemos la dignidad sacerdotal como lo merece, pidamos a Dios santos sacerdotes. Confiemos nuestras almas a la dirección de algún santo sacerdote. Nuestro Señor lo guiará. Él dijo a sus sacerdotes: Aquel que los escucha, a mí me escucha [ver Lc 10,16]." (Padre Dehon, ASC 9/188)
El sacramento del Matrimonio
(1) Proclamar Gn 1,27-28
Dios que nos ha creado por amor, nos ha llamado también al amor, vocación fundamental e innata de todo ser humano. Porque fuimos creados a imagen y semejanza de Dios (Gn 1,2), que "es Amor" (1Jn 4,8.16). Habiendo creado Dios al varón y a la mujer, el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e infaltable con que Dios ama al hombre. Este amor es bueno, muy bueno, a los ojos del Creador (ver Gn 1,31). Y este amor que Dios bendice es destinado a ser fecundo y a realizarse en la obra común de la custodia de la creación (ver Gn 1,28). (1604)
(2) Proclamar: Gn 2,18-24 y Mt 19,4-6
La Escritura afirma que el varón y la mujer fueron creados el uno para el otro (ver Gn 2,18). La mujer, "carne de su carne" (ver Gn 2, 23), esto es, su par, la más próxima a él, le es dada por Dios como una "ayuda" (ver Gn 2,18), representando así a Dios que es nuestro auxilio (ver Sal 121,2). El Señor mismo muestra que esto significa una unidad infaltable de ambas vidas, recordando cuál fue "en el principio", el plan del Creador (ver Gn 2,24; Mt 19,4.6). (1605)
Todo hombre, tanto en su entorno como en su propio corazón, tiene la experiencia del mal. Esta experiencia se hace sentir también en las relaciones entre el varón y la mujer. En todo tiempo, la unión de ellos vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominación, la infidelidad, la envidia y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. Este desorden puede manifestarse de manera más o menos aguda, y puede ser más o menos superado, según las culturas, las épocas, los individuos, pero siempre está como algo de índole universal. (1606)
(3) Proclamar: Gn 3,8-21
Según la fe, este desorden que percibimos de modo doloroso, no proviene de la "naturaleza" del varón y de la mujer, ni de la naturaleza de sus relaciones, sino "del pecado". El primer pecado, ruptura con Dios, tiene como consecuencia primera la ruptura de la comunión original entre el varón y la mujer. Sus relaciones quedan distorsionadas por agravios recíprocos (ver Gn 3,12); su mutua atracción, don propio del creador (ver Gn 2,22), se cambia en relaciones de dominación y de concupiscencia (ver Gn 3,16); la hermosa vocación del varón y de la mujer de ser fecundos, de multiplicarse y someter la tierra (ver Gn 1,28) queda gravada por las penas del parto y los trabajos para obtener el pan (ver Gn 3,16-19). (1607)
Sin embargo, el orden de la Creación subsiste aunque gravemente perturbado. Para sanar las heridas del pecado, el varón y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su infinita misericordia, jamás les ha recusado (ver Gn 3,21). Sin esta ayuda, el varón y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas a la cual Dios los creó "desde el comienzo". (1608)
Dios, en su misericordia, no abandonó al hombre pecador. Las penas que son consecuencia del pecado, los dolores del parto (Gn 3,16), el trabajo "con el sudor de tu frente" (Gn 3,19), constituyen también remedios que disminuyen los daños del pecado. Tras la caída, el matrimonio ayuda a superar el repliegue sobre sí mismo, "el egoísmo", el amor a si mismo, la adquisición del propio placer, y a abrirse al otro, a la ayuda mutua, al don de sí. (1609)
(4) Proclamar: Mt 19,8
La conciencia moral relativa a la unidad e indisolubilidad del matrimonio se desarrolló bajo la pedagogía de la Ley antigua. La poligamia de los patriarcas y de los reyes no es todavía criticada de una manera explícita. No obstante, la Ley dada por Moisés se orienta a proteger a la mujer contra un dominio arbitrario del varón, aunque la Ley misma lleve también, según la palabra del Señor, las huellas de "la dureza de corazón" del varón, por la cual Moisés permitió el repudio de la mujer (ver Mt 19,8; Dt 24,1). (1610)
(5) Proclamar: Mal 2,13-17
Los profetas, contemplando la Alianza de Dios con Israel bajo la imagen de un amor conyugal exclusivo y fiel (ver Os caps. 1-3; Is caps 54 y 62; Jer caps. 2-3 y 31; Ez 16,62 y cap. 23), fueron preparando la conciencia del pueblo elegido para una comprensión más profunda de la unicidad y de la indisolubilidad del matrimonio (ver Mal 2,13-17). Los libros de Rut y de Tobías dan testimonios conmovedores del alto sentido del matrimonio, de la fidelidad y de la ternura de los esposos. La Tradición ha visto siempre en el Cantar de los Cantares una expresión única del amor humano, en cuanto que este es reflejo del amor de Dios, amor "fuerte como la muerte" y que "las grandes aguas no pueden extinguir" (Cant 8,6-7). (1611)
(6) Proclamar: Ap 19,4-9
La alianza nupcial entre Dios y Su pueblo Israel había preparado la Nueva y eterna Alianza mediante la que el Hijo de Dios, encarnándose y donando Su vida, se unió en cierto modo con todo el género humano salvado por Él (ver GS 22), preparando así "las bodas del cordero" (Ap 19,7.9). (1612)
Jesús, en el umbral de Su vida pública, realiza su primer signo —a petición de Su Madre— con ocasión de una fiesta de matrimonio (ver Jn 2,1-11). La Iglesia concede una gran importancia a la presencia de Jesús en las bodas de Caná. Ve en ella la confirmación de la bondad del matrimonio y el anuncio de que en el futuro el matrimonio será un signo eficaz de la presencia de Cristo. (1613)
(7) Proclamar Mt 19,3-12
Jesús, en Su predicación, enseñó sin ambigüedad el sentido original de la unión del varón y la mujer, tal como el Creador la quiso al comienzo: el permiso, dado por Moisés, de repudiar a la propia esposa era una concesión a la dureza del corazón (ver Mt 19,8); la unión matrimonial del varón y la mujer es indisoluble: Dios mismo la hizo: "lo que Dios unió, que no lo separe el hombre" (Mt 19,6). (1614)
Esta insistencia, inequívoca, en la indisolubilidad del vínculo matrimonial pudo causar perplejidad y aparecer como una exigencia irrealizable (ver Mt 19,10). Sin embargo, Jesús no impuso a los esposos un peso que no podían llevar y ni más pesado que la Ley de Moisés (ver Mt 11,29-30). Viniendo para restaurar el orden inicial de la creación perturbado por el pecado, Él da la fuerza y la gracia para vivir en matrimonio según la dimensión nueva del Reino de Dios. Los esposos, siguiendo a Cristo, renunciando a sí mismos, tomando sobre sí sus cruces (ver Mt 8,34), podrán "comprender" (ver Mt 19,11) el sentido original del matrimonio y vivirlo con la ayuda de Cristo. Esta gracia del Matrimonio cristiano es un fruto de la cruz de Cristo, fuente de toda la vida cristiana. (1615)
(8) Proclamar Ef 5,25-32
Es lo que el apóstol Pablo da a entender diciendo: "Maridos, amen a sus esposas, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella, para santificarla" (Ef 5,25-26), y añadiendo enseguida: «"Por eso dejará el marido a su padre y a su madre y se unirá a su esposa, y los dos se harán una carne". Misterio grande es éste, yo lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia» (Ef 5,31-32). (1616)
Toda la vida cristiana está marcada por el signo del amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el Bautismo, ingreso en el pueblo de Dios, es un misterio nupcial: es casi un baño de bodas (ver Ef 5,26-27) que precede al banquete de bodas, la Eucaristía. El Matrimonio cristiano viene a ser, por su parte, signo eficaz, sacramento de la Alianza de Cristo y de la Iglesia. Puesto que significa y comunica la gracia, el Matrimonio entre bautizados es un verdadero sacramento de la Nueva Alianza (ver Concilio de Trento, DS 1800; can. 1055 § 2). (1617)
(9) Proclamar Mc 10,28-30
Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con Él ocupa el primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares o sociales (ver Lc 14,26; Mc 10,28-31). Desde el comienzo de la Iglesia existieron varones y mujeres que renunciaron al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero dondequiera que vaya (ver Ap 14,4), para cuidar de las cosas del Señor, para tratar de agradarle (ver 1Cor 7,32), para ir al encuentro del Esposo que viene (ver Mt 25,6). Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en este género de vida, del que Él es permanente ejemplo: «Están los eunucos que nacieron así del seno materno, y están los eunucos que fueron hechos por los hombres, y están los eunucos que se castraron a sí mismos por el Reino de los cielos. Quien pueda entender, entienda» (Mt 19,12). (1618)
(10) Proclamar Mc 12,18-25
La virginidad por el Reino de los cielos es un desarrollo de la gracia bautismal, un signo potente de la preeminencia del vínculo con Cristo, de la ardiente espera de Su regreso, un signo que trae a la memoria también que el matrimonio es una realidad que manifiesta que el mundo presente pasará (ver Mc 12,25; 1Cor 7,31). (1619)
Estas dos realidades, el sacramento del Matrimonio y la virginidad por el Reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es Él quien les da significación y les concede la gracia indispensable para vivirlos según Su voluntad (ver Mt 19,3-12). La estima de la virginidad por el Reino (ver LG 42; PC 12; OT 10) y la significación cristiana del Matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente. (1620)
"Oremos a Dios para que bendiga a las familias cristianas. Invitemos asiduamente a Jesús y María a nuestros hogares a través de la vida de oración. Tengamos una confianza inquebrantable en la tierna compasión del Corazón de Jesús; vayamos a él por el Corazón de María, que sabrá decidirlo para que nos ayude." (Padre Dehon, ASC 9/204).
Para el estudio de los catequistas.
Para estar preparados a ciertas preguntas sobre el matrimonio:
- En el rito latino, la celebración del Matrimonio entre dos fieles católicos tiene lugar ordinariamente dentro de la santa Misa, por el vínculo que tienen todos los sacramentos con el misterio Pascual de Cristo (ver SC 61). En la Eucaristía se realiza el memorial de la Nueva Alianza, en la cual Cristo Se unió a perpetuidad a la Iglesia, Su Esposa amada por la que se entregó a Si mismo (ver LG 6). Conviene, pues, que los esposos sellen su consentimiento en darse el uno al otro mediante la oblación de sus propias vidas, uniéndose con la oblación de Cristo por Su Iglesia, hecha presente en el Sacrificio eucarístico, y recibiendo la Eucaristía, para que, comulgando en el mismo Cuerpo y en la misma Sangre de Cristo, formen "un cuerpo" en Cristo (ver 1Cor 10,17). (1621)
- Las diversas liturgias son ricas en oraciones de bendición y de Epíclesis que piden a Dios su gracia y la bendición sobre los nuevos esposos, especialmente sobre la esposa. En la Epíclesis de este sacramento, los esposos reciben el Espíritu Santo como comunión de amor de Cristo y de la Iglesia (ver Ef 5,32). Él mismo es el sello de la alianza de los esposos, la fuente siempre generosa de su amor, la fuerza con que se renovará la fidelidad de ellos. (1624)
- La Iglesia considera el intercambio de los consentimientos entre los esposos como el elemento necesario que "hace el matrimonio" (can. 1057 §1). Si el consentimiento falta, no hay matrimonio. (1626)
- El consentimiento consiste en "un acto humano, por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente" (GS 48,1; ver can. 1057 §2): "Yo te recibo a ti como mi esposa"; "Yo te recibo a ti como mi marido". Este consentimiento que une a los esposos entre sí, encuentra su consumación en que ambos se hacen "una carne" (ver Gn 2,24; Mc 10,8; Ef 5,31). (1627)
- El consentimiento debe ser un acto de la voluntad de cada uno de los contrayentes, libre de violencia o de grave miedo externo (ver can. 1103). Ninguna potestad humana puede suplir este consentimiento (can. 1057 §1). Si esta libertad falta, el Matrimonio es inválido. (1628)
- Por esta razón, la Iglesia, después de examinar la situación por el tribunal eclesiástico competente, puede declarar "la nulidad del Matrimonio", es decir, que el Matrimonio nunca existió. En este caso, los contrayentes son libres para casarse, aunque deben cumplir las obligaciones naturales nacidas de la unión precedente (ver can. 1071 § 1, 3). (1629)
- El sacerdote o el diácono que asiste a la celebración del Matrimonio, recibe el consentimiento de los esposos en nombre de la Iglesia e imparte la bendición de la Iglesia. La presencia del ministro de la Iglesia y también de los testigos expresa visiblemente que el Matrimonio es una realidad eclesial. (1630)
- La diversidad de confesión entre esposos católicos y bautizados no católicos, no constituye un obstáculo insuperable para el matrimonio, cuando llegan a poner en común lo que cada uno de ellos ha recibido en su comunidad, y a aprender el uno del otro el modo como cada uno vive su fidelidad a Cristo. Pero las dificultades de los matrimonios mixtos no deben tampoco ser subestimadas. Se deben al hecho de que la separación de los cristianos no está superada. Los esposos corren el peligro de experimentar en la propia casa de modo trágico la desunión de los cristianos. La disparidad de culto entre católico y no bautizado, puede agravar aún más estas dificultades. Diversidades relacionadas a la fe, en la noción misma del matrimonio, pero también modos diferentes de pensar lo religioso pueden constituir una fuente de contiendas en el matrimonio, principalmente a propósito de la educación de los hijos. Una tentación que puede presentarse entonces es la indiferencia religiosa. (1634)
- Según el derecho vigente en la Iglesia latina, un matrimonio mixto necesita, para su licitud, "el permiso explícito de la autoridad eclesiástica" (ver can. 1124). En caso de disparidad de culto se requiere una "dispensa explícita" del impedimento para que el Matrimonio sea válido (ver can. 1086). Este permiso o esta dispensa suponen que ambas partes conozcan y no excluyan los fines y las propiedades esenciales del Matrimonio; además, que la parte católica confirme los compromiso de conservar la propia fe y de asegurar el Bautismo y la educación de los hijos en la Iglesia Católica, comunicándolos a la parte no católica para que los conozca (ver can. 1125). (1635)
- En los matrimonios con disparidad de culto, el esposo católico tiene una tarea particular: "Santificado en el varón no creyente en la mujer, y santificada es la mujer no creyente en su marido" (1 Cor 7,14). Para el cónyuge cristiano y para la Iglesia es un gran gozo el que esta "santificación" conduzca a la conversión libre del otro cónyuge a la fe cristiana (ver 1 Cor 7,16). El sincero amor conyugal, El humilde y paciente ejercicio de las virtudes familiares, y la oración perseverante pueden preparar al cónyuge no creyente a recibir la gracia de la conversión. (1637)
- "Cristo es la fuente de esta gracia". "Como Dios en otro tiempo salió al encuentro de Su pueblo por una Alianza de amor y fidelidad, ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia, por el sacramento del Matrimonio, viene al encuentro de los esposos cristianos" (GS 48,2). Él permanece con ellos, les da la fuerza de seguirle tomando su cruz sobre sí, de levantarse de nuevo después de las caídas, de perdonarse mutuamente, de llevar las cargas uno de otro (ver Gal 6,2), de estar "sujetos mutuamente en el temor de Cristo" (Ef 5,21) y de amarse mutuamente con un amor sobrenatural, tierno y fecundo. Les da, ya aquí en la tierra, en las alegrías del amor de ellos y de la vida familiar de ellos, gustar anticipadamente del banquete de las bodas del Cordero. (1642)
- El amor de los esposos, por su misma naturaleza, exige la unidad y la indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca la vida entera de los esposos: "Lo que Dios unió, no lo separe el hombre" (Mt 19,6; cf Gn 2,24). Los esposos "están llamados a crecer continuamente en su comunión por su fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la mutua donación total" (FC 19). Esta comunión humana es confirmada, purificada y perfeccionada por la comunión en Jesucristo dada mediante el sacramento del Matrimonio. Se profundiza por la vida de la fe común y por la Eucaristía recibida en común. (1644)
- "La unidad del matrimonio aparece ampliamente confirmada por la igual dignidad personal que hay que reconocer tanto a la mujer como al varón en el mutuo y pleno amor" (GS 49,2). La poligamia es contraria a esta igual dignidad de uno y otro y al amor conyugal que es único y exclusivo. (1645)
- El amor esponsal, por su misma naturaleza, exige de los esposos una fidelidad inviolable. Esto es consecuencia del don de sí mismos que se hacen mutuamente los esposos. El amor debe ser definitivo. No puede ser "hasta una nueva decisión" (cf. GS 48,1). (1646)
- El profundísimo motivo se encuentra en la fidelidad de Dios a Su Alianza, de Cristo a la Iglesia. Por el sacramento del Matrimonio los esposos son hechos aptos para representar y testimoniar esta fidelidad. Por el sacramento, la indisolubilidad del Matrimonio adquiere un sentido nuevo y más profundo. (1647)
- Puede parecer difícil, incluso imposible, ligarse para toda la vida a una persona humana. Por ello es de máxima importancia proclamar la Buena Noticia que Dios nos ama con un amor definitivo e irrevocable, de que los esposos participan de este amor, que les guía y sostiene, y que por su fidelidad pueden ser testigos del amor fiel de Dios. Los esposos que, con la gracia de Dios, dan este testimonio, con frecuencia en muy difíciles condiciones, merecen la gratitud y el apoyo de la comunidad eclesial (ver FC 20). (1648)
- Existen, sin embargo, condiciones en que la cohabitación matrimonial, por muy diversas causas, se hace prácticamente imposible. En tales casos, la Iglesia admite la "separación" física de los esposos y el fin de la cohabitación. Los esposos no cesan de ser marido y esposa de cara a Dios; ni son libres para contraer nueva unión... La comunidad cristiana está llamada a ayudar a estas personas a vivir cristianamente su condición en la fidelidad al vínculo de su matrimonio que permanece indisoluble (ver FC 83; can 1151-1155). (1649)
- Hoy son muchos en no pocas regiones los católicos que recurren al "divorcio" según las leyes civiles y que contraen también civilmente una nueva unión. La Iglesia por fidelidad a la palabra de Jesucristo "Cualquiera que renunciare a su esposa y se casare con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella renunciare a su marido y se casare con otro, comete adulterio" (Mc 10,11-12), mantiene que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si el primer matrimonio era válido. Si los divorciados se vuelven a casar civilmente, se encuentran en una condición que transgrede objetivamente a la Ley de Dios. Por lo cual no pueden acceder a la Comunión eucarística mientras permanezca esta condición. Por la misma causa no pueden ejercer ciertas responsabilidades eclesiales. La reconciliación por el sacramento de la Penitencia no puede ser concedida más que aquellos que se arrepientan de haber transgredido el signo de la Alianza y de la fidelidad a Cristo y que se obliguen a vivir en completa continencia. (1650)
- "Por su naturaleza misma, la institución misma del matrimonio y el amor esponsal están ordenados a la procreación y a la educación de los hijos y con ellas son coronados como su culminación" (GS 48,1): «Los hijos son el don excelentísimo del matrimonio y contribuyen mucho al bien de sus mismos padres. El mismo Dios, que dijo: "no es bueno que el hombre esté solo (Gn 2,18), y "que al principio hizo al hombre masculino y femenino" (Mt 19,4), queriendo comunicarle cierta participación especial en Su propia obra creativa, bendijo al varón y a la mujer diciendo: "Crezcan y multiplíquense" (Gn 1,28). De ahí que el cultivo verdadero del amor esponsal y toda la razón de la vida familiar que de él se origina, sin dejar posponer los otros fines del matrimonio, tienden a que los esposos estén dispuestos con fuerte ánimo a cooperar con el amor del Creador y Salvador, que por medio de ellos aumenta y enriquece Su propia familia día a día» (GS 50,1).(1652)
- Sin embargo, aquellos esposos a los que Dios no ha concedido tener hijos, pueden llevar una vida esponsal plena de sentido humano y cristiano. Su matrimonio puede irradiar una fecundidad de caridad, de acogida y de sacrificio. (1654)
Oración final frente al Santísimo
-Invitar a los chicos a meditar con la canción "Abriendo paso" de la Otra Orilla. Dales la libertad de que cierren los ojos o tomen la postura que más les ayude para orar.
- Después entregar a cada chico copias de la siguiente oración rezar todos juntos.
Oración por las Vocaciones
Señor Jesús, que has llamado a quien has querido,
llama a muchos de nosotros a trabajar por ti, a trabajar contigo.
Tú, que has iluminado con tu palabra a los que has llamado, ilumínanos con el don de la fe en ti.
Tú, que los has sostenido en las dificultades, ayúdanos a vencer nuestras dificultades de jóvenes de hoy.
Y si llamas a algunos de nosotros, para consagrarlo todo a ti, que tu amor aliente esta vocación desde el comienzo y la haga crecer y perseverar hasta el fin. Así sea.
Hay muchas personas que, implícita o explícitamente, tienen una actitud pesimista respecto a la capacidad de la naturaleza humana para asumir un compromiso definitivo para toda la vida, especialmente en el matrimonio. La educación cristiana debe reforzar la confianza de los jóvenes de manera que su comprensión y preparación para un compromiso de este género esté acompañada de la certeza de que Dios les ayuda con su Gracia para que puedan llevar a cabo sus designios sobre ellos.
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